La oscura noche estaba bañada por una intensa lluvia que no cesaba desde hacía tres días. Los graves truenos acompañaban mi andadura transmitiéndome cierta intranquilidad. Mi tos aumentaba a la par que mi asma. Calado, agotado y casi sin fuerzas para seguir, necesitaba encontrar algún refugio para poder pasar la noche. Cada vez tenía más hambre y mi estómago rugía hasta llegar a dolerme.
En uno de los momentos en que un relámpago iluminó el cielo, pude ver en lo alto de un gran peñasco una fortaleza. Decidí acercarme hasta aquel lugar con la esperanza de ser acogido.
El ascenso hasta aquel prolongado peñasco fue largo y duro, por lo que tardé más tiempo de lo que en un principio preví. Una vez en lo alto, me llamó la atención la magnitud de la fortaleza. Un solemne edificio de aspecto dejado y deshabitado, con unos exteriores totalmente descuidados y llenos de maleza, se erigía ante mis ojos.
Golpeé fuertemente en lo que supuse que era la puerta principal. En unos pocos segundos una doncella vestida de blanco abrió la puerta, recibiéndome con una tímida sonrisa.
-Buenas noches, ¿qué desea?- Preguntó la joven.
-Deseo cobijarme en su morada. -Respondí, con mis ojos entrecerrados por la intensa lluvia.
-Un momento, por favor- La doncella me cerró la puerta.
Al cabo de unos minutos la elegante joven volvió a abrir la puerta y, ésta vez con mucha clase, me invitó a entrar en el castillo.
-Le acompañaré hasta la habitación del señor- Me dijo mientras yo la seguía por un largo pasillo.
-El señor me ha comentado que quería conocerle- La señorita me daba conversación mientras que yo, atónito, observaba un desmesurado lujo que no esperaba encontrar:
una extensa coleccion de cuadros, muebles, lámparas, tapizados, estatuas y alfombras inundaban paredes, suelos y techos. Todo me llamaba la atención, cualquier rincón estaba cuidado al más mínimo detalle.
-Ya hemos llegado- Dijo con un cierto énfasis.
Dio dos golpes a la robusta puerta y, desde el otro lado, una rasgada voz invitó a la joven a entrar.
-Su huesped está aquí Señor.
Yo, algo acobardado, accedí a la habitación y la joven se despidió cerrando la puerta.
El habitáculo era grande y oscuro. Estaba iluminado en menor grado que el resto de los pasillos que había recorrido previamente. Me llamó la atención un peculiar olor que nunca supe atribuir a nada.
-¿A quién tengo el gusto de conocer?- Me preguntó una silueta que miraba tras una de las ventanas.
-Soy Damián- Dije simplemente, algo asustado por la situación.
El hombre cambió bruscamente la dirección de su mirada y pasó a observarme mientras cojeaba en dirección a una de las sillas.
-Sientate chico.- Me ordenó mientras que, con gesto de dolor, se frotaba una de sus piernas.
-Dime, ¿de dónde eres y qué te trae por estas tierras?- Su ronca y rasgada voz sonaba desgastada y sin fuerzas.
Yo tomé asiento y, a pesar de la humedad de mis ropajes, pude notar como la temperatura de mi cuerpo iba en aumento poco a poco.
-Vengo del norte, de la zona del Zulium. No tengo ni casa ni familia y mi vida se basa en el momento actual y en el día a día. Nunca miro al "mañana" y ni siquiera al "luego".
-Vaya, vaya, vaya... con que un "Don Nadie"- Me dijo éste despues de beber un largo trago de una botella que no supe de donde sacó.
-¿Y usted?- Pregunté.
-¿Como que usted?- De repente noté cierta ofuscación.
-¿Vienes a mi casa y no sabes quién soy?-Su voz ganaba fuerza.
-Lo siento señor. Vine aquí por azar, arrastrado por el frío, la lluvia y el viento.- Dije yo.
La botella volvió a tomar protagonismo y se alzó sobre la oscuridad. Tras un largo trago, el viejo hombre me ofreció de su bebida. Intenté matar mi sed pero apenas pude dar un sorbo de ese fuerte licor que por poco me abrasa la garganta. Después de un prolongado silencio, el viejo hombre comenzó a hablar, esta vez con un tono tranquilo y sosegado:
-Soy el Conde de Abruá, o mejor dicho, una vez lo fuí. En éste, mi castillo, me paso las horas muertas y son tantos los años que llevo encerrado aquí que, sinceramente, he perdido la cuenta.
El hombre se hizo gracia a sí mismo y río fríamente mientras alzaba su botella. El potente licor estaba poseyendo a éste viejo Conde que cada vez deliraba más:
-Cuando yo estaba vivo, me gustaba pasear por los alrededores, me gustaba visitar las aldeas, las aldeanas...¡qué mozas las aldeanas! Eran las mejores chicas que te puedas imaginar Manián.
-Damián.- Dije yo.
-Eso, Damián-.
El Conde se dirigió a la ventana con la botella en la mano. La torrencial lluvia, el intenso viento y los truenos se dejaban oir cada vez más cerca. Por un momento pensé en la dura noche que me habría esperado a la intemperie, de no haber encontrado este lugar.
El sueño se apoderaba de mí. Mis párpados empezaban a pesar y cada vez me era más difícil mantener mis ojos abiertos completamente.
-¿Sabes una cosa, Manián?-
-¡Manián no!, Damián.- Le volví a corregir.
-Me gustaban los hombres.- Al viejo Conde le costaba vocalizar, perjudicado por la bebida.
-Si, ahora lo puedo decir sin tapujos. Ahora todo me da igual, siempre me han gustado los hombres, al igual que las mujeres claro... ¡Al cuerno con todo!¡jajajaja!-. Un ataque de risa y de hipo se apoderó de él. El Conde de Abruá dejó de reir y pasó a tararear una canción con un registro de voz agudo mientras acercaba una de las sillas al lado de la ventana. Yo le observaba con los ojos entornados, cada vez desvariaba más y no dejaba de beber.
Casi estaba soñando cuando pude notar un aliento añejo sobre mis mejillas. Sobresaltado abrí los ojos y me encontré con el rostro del Conde apenas a unos centímetros del mío:
-Manián... antes de que te duermas quiero mostrarte lo que un día hice en mi frustrada vida. Un día que no podía más, que no aguantaba la presión.- Ahora la voz del Conde era seria y lineal, ya no reía ni parecía estar tan borracho como momentos antes. Sentí un miedo inexplicable y un escalofrío recorrió toda mi espalda.
El Conde se giró bruscamente y se dirigió hacia la ventana. Con la ayuda de una silla se subió a la repisa del gran ventanal de su habitación y empezó a reir de una forma diferente a las anteriores veces. El Conde gritó fuertemente a la vez que se arrojó al vacío. Yo me levanté de la silla:
-¡No!-Grité, demasiado tarde.
Me asomé por la ventana y miré hacia abajo. No llegaba a ver el fondo, la noche era cada vez más oscura. Decidí ir en busca de la doncella pero me di cuenta de que la puerta de la habitación estaba cerrada y no se abría. Un ataque de pánico me llevó a aporrear la puerta hasta casi tirarla abajo. Nadie respondia a pesar de mis gritos. No podía salir de allí, estaba encerrado.
Asustado y nervioso por lo ocurrido, pasé más de media noche paseando de un lado a otro por la lóbrega habitación. A mitad de la noche, el cansancio se apoderó de mí y no pude más; me tumbé en el suelo y casi al instante estaba profundamente dormido.
Cuando desperté, enseguida me di cuenta de que no había sido un sueño. Seguía allí, donde por un momento creí haberlo soñado todo, tumbado en el suelo y aún algo mojado por la tormenta. La luz del sol entraba por el amplio ventanal. La habitación estaba completamente vacía. La puerta estaba abierta, de hecho -me acerqué para corroborarlo-, allí no había ninguna puerta. Salí de la habitación y deshice el camino que, junto a la joven doncella, había recorrido la noche anterior. Todo se encontraba en un estado desastroso, era un castillo en ruinas. No había nada de lo que la noche anterior vi. Las paredes, e incluso muchas partes de los techos, estaban adornadas con modernos grafitis de jóvenes de alguna ciudad no muy lejana. Se podían observar restos de fogatas y mucha suciedad por casi todos los rincones. Era imposible, no podía tratarse del mismo lugar que la noche anterior me había dejado deslumbrado por su lujo.
-¡Hola!- Grité en uno de los vestíbulos.
Creo que fue el eco el que me respondió.
La brillante fruta
Hace 5 semanas
22 comentarios:
Damián nunca olvidó esa noche tormentosa en la que conoció a un peculiar personaje de otra época... Un personaje que salió del armario a la antigua usanza.
Tu comentario final me parece un gran broche para cerrar el relato, podrías meterlo como parte de éste.
Entretenido, al principio pensé que iba a ser de miedo, pero tiene más de divertido que de miedo.
hola!me encanta tu relato, realmente esta genial tu forma de escribir...me reatrapa...
gracias por compartir....
te he visitado en tus otros post...(
el del congo de tu otro blog es realemnte fabuloso..)
nos seguiremos visitando...
besos.
silvia cloud
Me da que lo único real era el contenido "fuerte y con varios grados" de la botella, ¿no? :P
No, no me quedo con esa opción. Te cuento mi teoría:
El conde Abruá existió, claro que existió, y murió precisamente así: tirándose por la ventana y lo hizo precisamente por lo que le cuenta a Damián (por no aguantar la presión...). Murió, pero quedó atado a la tierra por eso que siempre les pasa a los fantasmas en las películas: "asuntos pendientes".
Ahora, y con ayuda de su doncella, se le aparece a cada persona que entra al que fue su castillo y "sale del armario" para liberarse de este mundo y saldar ese asunto pendiente...
¿Cómo lo ves? :P
P.D. Sigo leyendo... ;)
¡Cáspita, María! Creo que lo leeré de nuevo. Algo se me ha escapado. Me ha gustado este relato tb. 'Saltar del armario ala antigua usanza'. Solo leerlo da vértigo.
Miguel, este relato del Conde de Abruá me agustado mucho, me ha dado la sensación, que en esa mansión se respiraba el espíritu de Kafka. Muy bueno. Pichón
Pobre conde de Abruá, ocultando su bisexualidad tanto tiempo y menudo susto a la mañana siguiente de Manián (¿o era Damián...?).
Un saludo.
¿Qué diría Poe? creo que le has copiado el estilo, lo cual esta muy bien, estas historias de "vampiros" ahora tienen mucho predicamento, vuelve la vieja moda, Anne Rice y otros reverdecen el género, que no deja de ofrecer productos en cine y televisión.
¡La doncella! ¡La clave está en la doncella! Yo por despistar, ¿eh?
Inquietante y "enganchante", sí señor.
La frase:
"Un personaje que salió del armario a la vieja usanza"
define perfectamente el transfondo de este relato. Me encantó.
El puto eco siempre nos contesta, y al final siempre escuchamos cosas que no siempre estamos dispuestos a asimilar.
saludos!
Me he sumergido en tus palabras... el "sueño" de Damián me ha atrapado.
un abrazo
Me gustó mucho un saludo volvere
El alcohol siempre presente en momentos duros. Creeis que el conde Abrua hubiera salido del armario a la vieja usanza sin unos tragos de más??
Hasta el proximo relato!!
Gonza, te podrías presentar a un concurso de relatos que hay en esta página: http://www.larevelacion.com/contenido/relatos.htm
Échale un vistazo a ver que te parece.
Nos vemos!!!
he de reconocer que cada vez la flipo mas con estos relatos, creo que estoy enganchado como el Conde Abruá.
Buen relato, sigue en ello. Y vivan los días de lluvia..
hola!porque dejaste de escribir...
lo haces muy bien..adelante..
cariños.
silvia cloud
Miguel:
Me ha gustado tu historia, se saborea el ambiente gótico sin llegar a ser explícito y se intuye toda una historia detrás del personaje de Abruá. Piénsatelo, puede dar para muchas mas entradas (y asi las disfrutamos)
Un abrazo
hola, sin palabras, crei que seria una historia de terror pero vaya que me sorpredio
Hola!!! Hay en mi blog un premio para todos mis amigos. Si quieres pasa a recogerlo, es un premio de todos.
Un abrazo.
Hola, pasando a saludar y tambien para invitarte a que pases y veas mi blog a ver si encuentras algo de tu agrado y si te gusta intercambiemos enlaces, una suerte de fucionar dendritas o algo asi diria yo,je.
Saludos y hasta la proxima.
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